LA GAROTA

La garota viene, la garota va. Baja de donde vive, a la orilla del
mar. Después de toda la solada, la solera le queda bien en la piel
morena. Toda la piel muestra su morenez : carne morena toda, senos
morenos, morena la redondez de sus haberes de la cuesta del pelo hasta
las punta de sus pies. Es la misma mujer que ayer no más vimos en la
playa de Macuto, o en la playa Lido? O la que veremos mañana, por las
playas de Viña del Mar, o en la de Ibiza, más allá de las costas del
Atlántico?

Ayer, tan sólo fué ayer, o parece que fué ayer, la garota de Ipanema
no apareció por las orillas de la Playa de Copacabana. El viento
pregunta y se pregunta: Dónde está mi garota, que no la veo y necesito
verla! El caracol afirmó con tozudez completa: La garota de Ipanema
se fué esta mañana muy temprano. La llevó un garotio de hablar muy
raro, rumbo a las playas de la Costa Azul francesa. Ah? Ah indeed,
dijo el Cuervo y alzó su vuelo por encima de la playa de Higuerote.
Antes, afirmó, convencido: La garota famosa se ha ido para siempre! No
la esperen más! Dijo que nunca volvería!

Mas no pudo cumplir…

No, su irrita promesa: Volvió un día de agosto, con la derrota en
bandolera, y se tendió en la arena, desató el sujetador hilo de sus
senos morenos a la caricia del sol en sus espaldas. El sol pronto y
presuroso, acarició la ofrenda sin malicia. El sol es un fiel amante
de la piel canela, aquella a quien cantó el gran Bobby Capo.

Termina aqui la historia? No, apenas comienza. Sólo cambia de
nombre la misma playa, y cambia de idioma el hombre que se lleva a la
mujer a la playa de un mar, el mas cercano.

Yo por la parte que me corresponde, la última vez que ví el mar fué
en mis tiempos augurales de comenzar a trabajar como médico rural. Un
buen día, salía del Hospital donde por entonces trabajaba, cuando una
de las enfermeras ayudantes, preguntóme: Va Usted, doctor, por un
acaso, rumbo y camino de Higuerote? Pues, le dije sí, hay diligencias
para mí por esos lares. Pues, lléveme Usted en su auto, quiero ir a
la playa a tomar un baño de sol. Sola? Pregunté. He venido otras veces
sola, además esa zona donde voy es totalmente oculta y desolada. Jamás
la sorpresa de un transeunte distraído.

La llevé, pues, ese bendito día a lo más profundo y solo de la playa,
hasta donde pude llevar el auto sin peligro. Lo detuve, casi las
ruedas dentro del agua. Ella sin mirarme siquiera un Segundo, abrió la
puerta y se lanzó al mar, desapareciendo en pocos momentos, sin volver
a la superficie. Pero luego, a lo lejos una mano de mujer y una cola
de sirena, me dijeron adiós aquella tarde, y el canto de una sirena se
oyó por última vez por todas aquellas playas de mi Barlovento.

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