RETRATO AL CARBONCILLO

Hay una figura, ahí, al frente mío, piensa el viejo. Y no sé
cuál es. Cosa rara. Yo siempre sabía lo que veía, ahora por qué no?
Me habré quedado ciego? No lo estoy, veo algo que se mueve, ahí
delante. Los ciegos no ven nada delante de ellos, recuerdo. Pero sí
ven algo que parece estar detrás del ojo, sí, sí me acuerdo.

Ah, a veces no recuerdo nada, nada en absoluto. Parece haber una
pizarra negra ahí delante, no puedo ver nada más. De repente, veo
sombras que dan vuelta alrededor de mí. No las reconozco, no sé si
son hombres, mujeres, fieras o fantasmas. Algunas me hablan, las oigo
pero no sé lo que dicen, qué idioma hablan, Eso no parece
importarles. Me tocan, estoy seguro, pero no sé por qué lo hacen,
dicen algo al verme mover por el contacto, me acercan un pitillo a los
labios, aspiré, es agua, la tomo rápido por cuanto tengo sed y no sé
cuando tomé la ultima vez. Mejor la tomo ahora en prevision del tiempo
en que no la tomaré. Las sombra se acercan y se alejan, no pronuncian
palabras, saben que no las oiré. También intento hablarles, pero sólo
sonidos roncos, que no se entienden, puedo apenas pronunciar. Me
siento inmóvil, en una posición desconocida: estaré de pié o sentado?
Estoy sentado, me digo, lo sé porque ha desaparecido algo el dolor
de siempre en la columna. Intento pararme, una mano me sostiene y
otra, me baja el pantalón y me limpia los excrementos. Murmuro
gracias, eso era lo que quería hacer. Me limpian muy bien, y me
vuelve con toda intención, a impulsarme hacia abajo doblándome las
piernas, al fin quedo sentado de Nuevo, Las dos manos amigas que me han
hecho el aseo las siento tibias, calidas, amigas, hermanas. Respiro
profundamente, doy las gracias en un débil sonido.

Quién eres, que tan bien me tratas? La sombra se acerca y me abraza en
un profundo y amoroso abrazo- Soy yo, papá! Tu hijo! Vine a verte! Y
lo ví, claro como el día, el rostro de mi hijo mayor, cara que no veía
tanto tiempo que lo había olvidado! Y se fundieron en un tierno abrazo,
por momentos que parecieron siglos. El viejo sonrío al separarse de
él. Hueles igual que cuando niño, le dije. Nadie me ha dicho algo tan
bello, padre mío. Luego mi hijo sacó una silla, se sentó cómodamente,
del bolsillo saco unos papeles y un lápiz. Lo vi claramente otra
vez, y pensé: me está volviendo la vista, pero sólo fué un momento. Me
dije: está escribiendo, siempre le gustó escribir. Y allí
permanecieron esta vez sí por horas y horas, no como si fueran
minutos, toda la vida.

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