Tate quieto, mejor dicho: ‘stése quieto!
(al señor de la casa se le debe respeto)
le dice la mucama cuando hace la cama
y ve que el señor de la casa se le acerca
con intenciones non sanctas. La señora
está en la cocina haciendo sus labores
de rutina. Señor, no ve usted el peligro
que corremos? La señora nos puede
encontrar de infraganto y puede armarse
la de Dios es Cristo, Válgame Dios caer
en ese guiso! Para sí, ella piensa en
eso muchas veces, y cree poder recirbirle
de él como regalo una de las joyas que luce
la señora en las ocasiones sociales, cuando
la mucama ha visto a la señora lucir sus joyas.
Alguna vez será, se dice, en espera de la
próxima vez que el señor se le acerque
con las mismas intenciones de hoy. Esa
esperanza le quedaba, y era casi segura
la respuesta por favores recibidos de la
modesta y modosa mucama de la casa.
Sorpresa mayúscula la de la señora cuando
esa tarde vió salir a la mucama con el
broche más preciado de todos sus
aparejos, muy oronda, con cara satisfecha.
No pudo reclamarle nada, pensaba
la mucama la robaba. Lo que
menos imaginaba era la razón del desajuste.
No es que a mí me guste, pensó muy pensa-
tiva, es que ahora no se consigue quien trabaje
y todas roban, así que mejor es ladrón cono-
cido que ladrón por conocer.