Canción del desierto: Dennis Morgan, cantante; ya nadie
lo recuerda; yo sí, ídolo juvenil, tenor sin fallas; héroe de una saga
no igualadas en otros desiertos, como el de Sahara. No has oído,
casualidad de un día, una canción silbada por el viento, entre las arenas
de los médanos de Coro? Es un coro, como el de aquellos niños
cantores de Viena, lamento inigualado de unas sedientas arenas?
Se les escuchaba decir sin ninguna pena, pena, penita, Necesito
agua! Deseo agua! Quiero agua! Repetía el eco: Quiere agua! Nadie
respondía sino el mismo viento silbando en las arenas. Alguien tuvo
piedad e iniciativa: el menos indicado, pero el mas atraído por el
predicamento de arena tan sencilla: un niño, en vías de nacer, iba
rumbo al sitio de su nacimiento, envuelto en una sábana, llevado
por cigüeña, tomó un poco de agua, la lanzó por el cielo; al llegar
al suelo, era ya un diluvio, inundó las arenas todas hasta donde llegaba
el desierto. Era tal la inundación forzada, casi ahoga los granitos.
Ahora, florecieron los desiertos, florecieron las bromelias, sonrió
el Señor en su celestial apartamento – todo fué luz y alegría en aquel
antes ominoso desierto. Tú, caminando siempre por caminos de lúcidas
estrellas, si encuentras alguien quien te pide algo, dáselo: verás florecer
una sonrisa, abrirse feliz unos labios y darte un beso merecido. Guarda ese
beso, atesóralo, hay pocos y cada día aumenta su valor y crece tu fortuna
aunque no tengas nada, ni dónde caer muerto,
Resucitarás al tercer día. Te lo prometo. Así habló el dios
y se quedó en silencio.