A las puertas de su casa, solitaria, en la noche más oscura de
soledad, angustiado, un hombre viejo, toda vejez hasta el alma, se
pregunta o le pregunta a la Nada: Por qué estoy tan solo? Esta soledad
me acobarda, siempre estuve rodeado de esposa, hijos y demás
palafreneros. Puede alguien contestarme? Sólo contestó La Nada. Una
voz pregunta: Cuáles son tus quejas? Pues, diré, pregunto las razones
de mi soledad extrema. Sabes bien tus hijos están fuera del país.
Algo más? Sí, lo más importante de todo. Hace poco en un solo momento
o casi en uno solo, en realidad con intervalo de pocos días, se me
arrebató quién sabe por cuáles designios de un Destino incierto. Se me
arrebató el sentido de la vista y del oído, y por si fuese poco,
perdí en un solo mantazo, a mi esposa de toda la vida. Bien, ahi sí
puedo confesarte: he sido yo el culpable. Dí entonces el por qué de tal
cosa, la razón de mi soledad. Lo connsideré necesario. Repito la pregunta:
quién eres para considerar necesarias algunas cosas, y otras no?
Soy el gran decisor, el inexorable, el omnipotente. Es decir, Dios.
No, que ocurrencia! Soy hombre igual que tú. Te diré algo, a cambio
de nada. Como recompensa por todas esas pérdidas sufridas y alegadas
por tí, se te ha concedido el don máximo de los dioses: el don de la
poesía. Por eso escribes, por la poesía serás recordado.
Mis avisados lectores habran descubierto a estas alturas del texto,
la calidad de la historia aquí contada. No son más que vagas
vaguedades productos quizás de la imaginación poética, la cual no se
por qué adorna mi estimada y propia persona. Es cierto, la pérdida de
visión y audición, pero ambas cosas son propias de la edad, no
castigos divinos. Es veraz la ausencia física de los hijos y nietos,
pero sólo física – en verdad estan presentes en todos los actos de tu
vida. Veramente, tu querida esposa está contigo, te sigue amando como
siempre pero ya como aman los viejos con el alma, no con el cuerpo
mortal de todas las heridas. Así pues sigue escribiendo, como hasta
ahora lo has hecho: entrarás de la mano poética en la historia de los
encumbrados. Desde esa cumbre poética contemplarán los tiempos.
Una puerta cerróse al pasar el viento. Alguien se había marchado. O
muerto, quizas? Nunca habrá de saber Nadie, sólo Nadie, el pasado y el
regreso.