Mañana es otro día, dirán los pájaros en vuelo. Y lo será. El
futuro ni el mañana existen. Ni siquiera el hoy – si lo pregunta
alguien, dile que aquí no ha muerto nadie. Sólo quedan los vivos.
Sin que nadie se dé cuenta, se levanta de la cama y se va,
atravesando la puerta sin abrirla. Sólo un olor a malabares inunda
toda la casa, y también escapa por la ventana cerrada, sin abrirla.
A la hora de partir, allí estarán todos: los que lo amaron, los que lo
odiaron, los indiferentes a su vida y a su muerte. Rondarán alrededor
del lecho mortuorio, y el viajero los mirará caminando sin decir nada,
ni ellos, ni el sortario, quien emprende ya el final de todos los
viajes que pudo emprender y los que emprendió también. Quién sabe, qué
pasa por la memoria del moribundo? Nadie lo sabrá, el no podrá decirlo
y adonde va, sólo hay silencio y la oscura nada rodeándolo todo. No
habrá norte ni sur, ni este ni oeste, ni arriba ni abajo. Sólo
extasis estático, inmóvil, inaparente. Entre tanta gente, él no verá a
nadie. Entre quienes todavía lo ven, ya algunos lo habran olvidado.
Las penurias pasaron, quedaron los recuerdos, desaparecen los detalles
y sólo un gran signo de interrogación rodea los intermediarios.