YO TENGO UN AMIGO MUERTO, Quien de noche viene a verme, cuando el
silencio estremece porque sólo el viento mece las del granol grande
que da sombra a la casa y al dolor de la ausencia las mueve.
Aparece como lo hacen los fantasmas, parece atravesar la ventana sin
hacer ruido, se acerca y se sienta al frente de mi escritorio de por medio,
me mira con alegría de volver a verme. No habla, por supuesto, su voz
llega en silencio desde muy lejos en la vida y en el tiempo.
Sé a lo que viene, y es lo que más me alegra. Viene a conversar,
como tantas noches lo hicimos antes, vivos los dos – hablábamos de todo,
de medicina, de la vida, de las mujeres, y sobre todo, oíamos la música
que nos gustaba a ambos desde siempre, en especial, el tango.
El tango para los dos, era un buen compañero, tanto en los momentos de
tristeza como los de alegría. Curiosa cualidad, esa del tango, compartida
quizás con el bolero.
Tengo otro buen y magnífico amigo, éste vivo todavía, pero está muy
lejos en la distancia pata visitarnos con la misma frecuencia de
antaño.
Un sólo pensamiento me consuela de tanta ausencia: Que un día no
lejano podamos reunirnos los tres, ya muertos, para volver a la
conversación. Por una razón sencilla y contundente: los tres
tenemos mucho en común, como era de esperarse: los tres somos o fuímos
descendientes de inmigrantes, los otros dos de canarios y yo de la
raza judía por ambos lados. A dos nos tocó la inspiración para
escribir, al tercero en la lisa, no le fue concedida esa habilidad,
pero la tenía y se limitó a decir lo que él hubiera querido decir.
Me he comprometido a cumplir ese trabajo si me lo permite el tiempo
que me resta y parece que va sumando.
Hoy a la hora del recuento, cuenta me doy que para que una amistad
perdure debe reunir en los amigos las mismas catacterísticas. Sólo así
serán duraderos los nexos en la vida como en la muerte. Amén!