Libros por toneladas, libros por todas partes
por donde quiera que pises, pisas un libro
abierto o cerrado, es lo mismo, es un libro
y los libros hay que evitar pisarlos en un descuido.
Libros sobre la cama, libros por debajo
de la misma, libros en el sofá de la sala
libros en los estantes, a tres en fondo
qué barbaridad de libros, qué montaña
de libros leídos o por leer algún día
– de historia, ciencias, filosofía, política
y quién sabe qué otra barbaridad contenían
tan numerosos libros estando al día.
Libros en la cocina, al lado de la comida
grasientos por contagio de tanta zalamería,
libros encima de la lavadora, mojados
y secados al sol del mediodía. Esa casa
no contenía libros; los libros la contenían
a ella, y sus habitantes por ende vivían
dentro de un libro, apartados del mundo
y de su cotidianía. Mundo propio, aparte
rayano en un mundo de locura, de tanto
conocimiento acumulado sin tiempo
para amar, vivir el día a día, vivir la vida
estaban muertos, y ellos, mi Dios no
lo sabían todavía: lo sabrían mañana
cuando al tratar de abrir la puerta
de salida, se le vendrán encima el montón
de libros que como trampa encima
de la puerta, estaban a la caza
de sus potenciales y seguras víctimas.
que quedarían muertas, a las puertas
de la casa de los libros y las letras.