El éxodo, la diáspora, la fuga, la huída indiscriminada por
cualquier camino que los lleve lejos, preferiblemente a donde están
los suyos, aunque en precaria y frágil paz. Si no es posible, a
cualquier parte, región o vecindario. Pero, Dios del alto cielo,
el odio va con ellos, donde quiera que vayan, donde se encuentren.
Renovadas figuras fantasmales, recogen incógnitas pertenencias,
agrupan la familia a su alrededor, juntos todos, a admitir la
experiencia del fracaso. Dejan la casa construída, la tierra que
los vió nacer y la primera que vieron los ojos de sus hijos, para
tomar el rumbo incierto del camino desandado. Por cualquier vía,
terrestre, aérea, marítima, se escapan los fugitivos. Afortunadamente
para ellos, existe una tierra de promisión, la cual llamó a los
desheredados de la tierra a unirse a ellos, y construyeron la nación
mas poderosa del mundo. No poca proeza, esa.
Esa tierra de promisión es América, la del Norte. La del Sur es
continuación del sufrimiento inmerecido . Allí, más en Nueva York,
ellos los excluídos se hundieron en el panorama urbano, humano y
citadino. Sus expresiones pasaron a ser parte de la vida de todos.
Apenas asomos de discriminación podían sentirse, aún hoy pero no hay
seguridad de ello. Vengan a cubrirse con el manto de la misericordia,
y se abrirá un nuevo camino, esta vez, otro camino.
El de la felicidad plena.