Tenías una casa, producto de tu esfuerzo; creías tener refugio seguro,
seguridad suprema, Pero no era así, llegaron en silencio los sin
rostro, te sacaron de tu casa, cerraronte la puerta sin posibilidad
de ser reabierta. Sin forma de volver atrás y adentro de tu casa,
caminaste un poco en busca de otra casa y la hallaste, pero esta
vez,los sin rostro no te dejaron entrar y te lanzaron a la calle. El
Camino abierto era la ruta del desplante, del refugio en tierra
extraña, extranjero en donde no te quieren, obligado a hablar un
idioma que no entiendes, respirar un aire frío que te hiela el alma
enferma.
Estás hablando del exilio, querido amigo. Sí, siempre se tratará de
eso, siempre será la propia imagen del fracaso. El exilio es el
castigo máximo, desde los tiempos de la Roma Imperial. Ellos, los
romanos, enviaban al exilio, fuera de Roma, a quienes declaraban
enemigos del Senado y Pueblo Romanos.
Qué debo hacer entonces, preguntas muy airado. Pues huir! Huye de
esta peste que nos está aniquilando, a nosotros y a a esta patria
triste. Pero huye hacia adentro, dentro de tí mismo, o dentro del
país interior que todos los países tienen en los durmientes de sus
trenes y en el borde de sus caminos. Piérdete por la inmensidad,
llanos del Guárico y Apirire, sigue por los de Casanare. Es el mismo
llano, la misma gente, dividida por una raya imaginaria invento de
loco geógrafo vendido al servicio de intereses extranjeros. Sube
por los cerros de los Andes amigos de todos los viajeros, transita
el camino de la aldea Los Venados a lomo de bestia baqueana de todos
los caminos montañosos de mi tierra, cálate un poncho andino y
siéntate a la puerta de una choza a contemplar el ventisquero. Sube
por los caminos del sur de Mérida, la ciudad de los caballeros,
Borota, por ejemplo, pueblo adonde nadie va, excepto los aventureros
y respire el aire libre puro de la Montaña, no el aire podrido de la
ciudad de hierro. Vete a la selva de Guayana, escala el más alto de los
Tepuyes, el Auyán y mira hacia abajo, contempla la neblina que deja el
salto sin llegar a la tierra, contempla asombrado los milenios que
llevan esas planicies altas de existencia.
Y cuando ya no quede nada, ni tierra, ni aire, ni peste, ni nada,
absolutamente, nada, que te quede la libertad. La libertad es lo único
que nos queda a los hombres cuando todo lo han perdido, todo nos los
han quitado. Moriremos libres, no podrán evitarlo todas las pestes
que han asolado este mundo desde el comienzo de los tiempos.