Crees, desventurado, que la maldad tiene un límite? Lamento informarte que nó. No lo tiene, no hay fronteras para la maldad, el daño, la ruina, la desgracia, el dolor que pueda inflingirte otro ser humano como tú, igual que tú, que también pudiera sufrir igual que tú. Qué horrible desviación, por citar un ejemplo, pudiera inspirar la medida tomada por las autoridades de este país, tu país, el país de todos?
Me refiero a la medida de la cual por supuesto no te has enterado por las vías normales, prohibida está la comunicación de la población con sus familiares en el extranjero. No podrás enterarte de nacimientos, bodas, compromisos, decesos, mudanzas, nuevos números de teléfonos donde llamar a tus amigos. No podrás enterarte, Dios del cielo, del día y hora en que este despropósito termine y el Gran Caimán se haya marchado o muerto. Hasta ese conocimiento te lo quita el mismo que se ha de morir en algún momento.
No podrás notificarles a tu vez, los mismos sucesos de aquí a los que están afuera. Sin mencionar y aquí viene lo bueno: el próximo paso lógico es prohibir en el mismo país hacia dentro lo que acaban de prohibir hacia afuera. No podrás llamar a Maracay a tu hermana a preguntarle por su salud ni darle cuenta de la tuya. No sabrás nada de nada, vivirás en un limbo exquisito, una soledad profunda, una burbuja aislante donde no hay arrriba ni abajo, ni dos lados a donde voltear buscando el equilibrio.
Silencio en las gradas, en los bleachers, en los teatros y cines, stadiums, autopistas, carreteras, compañîas de telefonîa, fronteras,
puertos, aeropuertos, ríos lejanos y cercanos, silencio en las tumbas de los vivos y los muertos. Sólo una sola voz se oyó en todo el Universo. Una sola, pero suficiente para la conmoción provocadora: Díganme Ustedes, Dios existe?