De mendigo a millonario, aspiración legítima de todo mendigo que se
respete. Un mendigo, dirige una noche lúgubre y lluviosa en cualquier
iglesita de los campos, y ruega a Dios y a la Virgen María, que consigan
para él unos churupos para darle de comer a su mujer y los muchachos,
tres de ellos y uno en camino, algo que alcance para comer por lo
menos una vez al día. Y el buen Dios llora, la Virgen solloza, y
piensan: tiene derecho el muchacho, concedámosle el ruego. Y del cielo
le llueven las monedas necesarias. Linda historia, no? dice el
Cuervo. Y el mismo riposta muy orondo, pero eso no sucede, los
Milagros no existen. Y todo queda en la oscuridad de la memoria.
Pero, sigámosle el rastro a la leyenda y hallaremos el oro
al final del arcoiris. Cierta vez, el viejo medio ciego que esto
escribe ahora, entraba por la puerta principal de la Catedral de
Merida, bella cual ninguna. Alguien de los oyentes la ha visitado,
aunque sea úna sola vez? No? Lástima. Vale la pena. Bien, en esa
visita que hiciera el Viejo a la Catedral, hayó en las escalinatas
de la entrada, siempre hay escalinatas a las puertas de las catedrales
y no pregunten por qué. Sentado en ellas, piernas recogidas, harapos
como vestiduras, pies desnudos, sí, desnudos, ni alpargatas visibles,
ni rastros de zapatos viejos descartados. Su voz al paso del
visitante se oía llorosa, débil, hambrienta: Déme algo para poder
comer una vez siquiera hoy, querido religioso! Cumpla con el mandato
divino. El visittante lo mira una, dos, tres veces: Le parece ver, bajo
el arapo una camisa de marca, pero piensa: eso no es possible, bajo
el sombrero deshilachado cubriendo su pelo bien peinado, cierto olor
a perfume muy disimulado, casi lo hace renunciar a la dádiva, cuando
por su lado pasa el Obispo, rumbo al altar. En ese precisado instante,
el mendigo repite la suplica en alta voz, y el Obispo lo oye, voltea
el rostro hacia el visitante, a quien conoce sin duda, y queda
mirándolo, expectante, esperando. Qué remedio, dice el feligrés y
extiende su mano depositando en la mano del mendigo un billete de mil
bolívares. Una. Un pequeño óbolo, desgraciado! Ya me la pagarás, vive
Dios. Y sigue su marcha a su sitio especial de rezo al lado del
púlpito. Va a sentarse enseguida, cuando algo recuerda, y devuelve sus
pasos y deposita en la alcancía arriba al pie del incensario el
billete de mil, el mismo mil, no otro, no, que va oh! El obismo lo
mira de reojo, hace un gesto con la mano, y sigue la misa su ruta
predecible con gran alegría del Dios y de la mano. Sale el buen señor
y mejor O mejor monseñor por la puerta de la Iglesia, y oh sorpresa,
encuentra en la grada a la salida, sentado en la dura piedra un
mendigo! El mismo? No, el relevo!. Ah! Bien, el cura ilustre vuelve a
cumplir la orden divina: da de comer al hambriento y de beber al
sediento, en este caso, el mismo elemento y candidato no a la
Alcaldía, sino a la Orden del Benemérito Juan Vicente Gómez, muerto
prematuramente según el oficial de guardia ese día en el
enterramiento.
Mas una hora después, un caballero elegante, porte importante
y billetera llena de verdes los billetes, almuerza opíparamente en
el restaurant de moda en Mérida por esos días, llamado Cielo, por
cuanto desde su terraza se contemplaba cómodamente el atardecer en la
ciudad de los caballeros. Un hobmbre, también rico, en quien no puede
distinguirse facilmente el mendigo del cuento saluda efusivamente al
comensal y le dice ”cuánto tiempo, amigo mío! Como te ha ido? Bien,
es la respuesta esperada, cada vez mejor, más rico, y más mujeres me
aman. Lo sé, es noticia que corre por todas partes en esta Merida tan
Chiquita pero tan grande su corazón, que da miedo su tamaño. Estamos
pues iguales, querido amigo. Y lo merecemos, sin duda, lo hacemos
notar en todo el que nos escucha.
Bien,a nmigos mios, hemos llegado al final de esta hermosa fábula,
merecedora de ser contada por mejores cuentacuentos que este humilde
narrador – valga la modestia y el falso pudor. De mendigo a
millonario, ún sólo paso. De millonario a diputado, pequeña caminata
diurna hasta el Congreso Nacional. De diputado a Ministro, una sola
firma, rúbrica y sello al lado, con gran cuidado, señor Secretario. De
allí en adelante , las opciones disminuyen pero son más sustanciosas
en ingresos, honores, y otras posibles menudencias – no tan menudas,
por favor, no nos hagamos inocentes. Tal vez una Embajada ante la
Corte de Inglaterra; o Miembro de la Misión de la Nación ante las
Naciones Unidas; o, Representante del país ante la Unesco, con
residencia en París y libres viajes por todo el Continente. Todas
posiciones sociales envidiables y digna de celebridades.
De mendigo hasta, quizás, Presidente de la Nación? Buen salto, amigo
mío. Muy bueno, en realidad. Pero, puede ser posible? Sí puede
serlo, como lo demostró fehacientemente un muchacho harapán de
pacotilla y busto desnudo, quien vendía golosinas caseras por las
callejas de un pueblo de provincia al Palacio de Gobierno cuando
creció lo suficiente en ambición y estatura para lograr esa
aspiración jurada con sus compañeros de fortuna al pie y a la sombra
de un samán célebre en la historia del país, por ser el héroe de un
juramento hecho por el Libertador: No daré descanso a mi brazo hasta ver
libre a mi pueblo!
Hermosa ambición digna del recuerdo. No querrá, alguno de los
que me escuchan con tanta admisión como deseo, tener una ambición
similar? Ser libres? Tener dinero? Sí, se oye una voz infantil, la de
Jaimito. Lo recuerdan? Yo quiero cuando sea grande, casarme con una
millonaria. Nada más? Nada menos, maestro. Jaimito siempre fué un
niño inteligente. Sólo los inteligentes, o los que pasan por tales,
los ambiciosos, los audaces, los atrevidos, llegan a la Presidencia.
Por eleccion libre y popular, o por asalto, no hay otra.
Pero también hay quien no quiere ni quiera ser Presidente, ni
rico, ni poderoso, ni influyente, ni Ministro, ni Embajador. Simple,
sencilla y llanamente , no quiere mando. Emparan, hay muchos
caminando por esos caminos de la Patria mía, tan querida pero tan
violada en sus derechos y vilipendiada en lo mas íntimo del ser.
No querer mando, símbolo de elevada condición moral, digna de
gganar el Cielo. Máxima aspiración, no creen? Tal es el caso de
muuchos, de aquel, y de quien esto escribe y quien les desea feliz
arrivo de la Navidad, y con ella, la libertad, ansiada, buscada,
perdida y vuelta a encontrar. Tal es el signo de estos tiempos y de
todos los tiempos por venir. Tiempos que serán mejores. Así será,
lo que ha de ser sera, y sea lo que sea, será lo mejor para los
pueblos en libertad.