En el sitio donde fué construido
el Centro Comercial Ciudad
Tamanaco, existía antes de ser
construido un campo despoblado
del mismo tamaño del Centro
mencionado donde los padres
llevaban a sus hijos a volar y ver
volar los papagayos en días
de verano, muy soleados. Las
condiciones del campo eran
propicias por tamaño y viento
soleado a ver el espectáculo
de ver volar papagayos. Y era
un espectáculo ver volar los
papagayos, y la cara de los hijos
cuando los volaban o veían
volar los mencionados. Hoy
sólo queda el recuerdo de un
acontecimiento tan sonado,
pero también viene a la memoria
otro recuerdo posterior y parecido:
el hijo mayor a quien llevaba el
padre a ver los papagayos, llevaba
ahora a sus sobrinos a lo mismo en
el parque situado en Providence
a las orillas del río. Pero estos
no eran papagayos parecidos
eran unas cosas raras, diseñadas
como era de esperarse por los
habitantes del patio: norteamericanos.
Parecían papagayos, volaban
iguales – pero no eran verdaderos
papagayos Sin embargo eran
papagayos!. No sé si uno puede
explicar tan grande ditirambo
Ahora le tocaba a los padres
en función de abuelos, y a los
hijos en función de padres o
en su lugar, los tíos. Era lo
mismo, se repetía el espectáculo
y eran maravillosos como los
primeros vistos. Aún guarda
el viejo uno de esos cilindros
que llamaban papagayos en
algún estante, si acaso no lo
cambiaron de lugar los poltergeist
fantasmas juguetones que les
encantaba cambiar de sitio todas
las cosas para hacer rabiar a los viejos
que guardan recuerdos de sus nietos.
Hoy día, cuando el viejo asiste
al Centro Comercial para alguna
diligencia, siente la presencia
de un niño que pasa corriendo tras
un papagayo. Es su hijo, y el viejo
se sonríe, solo, mientras los
viandantes piensan: De que picardía
se acordara ese viejo? Y no saben
que no es picardía, es algo de lo más
alegre y agradable como el tomarse
una cerveza fría en un día de verano
como aquellos días en que iban padre
e hijos a ver volar los papagayos.