La Pirata

Una mujer con la falda muy corta es una nave pirata –
velas desplegadas, mujer pirata al timón, de una nave
horizonte, en busca del mástil de otra nave, al mando
de otro pirata, esta vez masculino, a quien asaltar y lle-

varse los productos guardados en bodega, llevarlos
a la isla del Pirata; volver luego a las labores protegidas
buscando otro hombre pirata, barba y pata de palo, la
cual usa como espada en combate de los sexos, combate

el más frecuente por esos mares llenos de piratas, Una
mujer con faldita corta es una pirata, merodea por las
profundas aguas del deseo humano buscando la mordida
definitiva de sus dientes afilados, encierro bien asegurado

a la Isla anterior para resguardo de predadores simulados.
Se va llenando la isla de víctimas variadas, unas de la mujer
pirata, otros de la piraña; la población aumenta, no puede
negar progreso de la ínsula pirateada. Los tiempos cambian,
los piratas también – ahora usan camisas mangalarga, bellos
portafolios, plumas Monte Blanco, de blancura inigualada.

Las piratas también, las pirañas renuevan el cardumen, mas
la piratería continua, en mares del Caribe, calmos en apariencia.
No te bañes en mares del Caribe, peligrosos como son; no te bañes
en ríos de los llanos, los caribes bien darán cuenta de tí, enviarán
tus huesos a la misma ínsula, aquella donde los piratas guardan oro,
joyas, huesos desnudados de víctimas vestidas. Báñate en la piscina

de tu casa; allí no hay ningún indio caribe, sólo uno en forma de
mujer, cazando al igual de cualquier pirata – tu esposa se llama, y te llama
con cantos de sirena para que la ballena
que ella tiene en casa, de un solo mordisco te trague completico
y de tí solo quede un chorrito de agua, sale de la ballena por un huequito y se
diluye en el ambiente tranquilo de su casa.
Silencio. La pirata duerme. La ambición descansa.
Todo es paz en la casa. La piraña brasilera ya no ataca,
esta ahíta, duerme, descansa.

Adela

Quién te dijo, muchacho del carrizo
que yo estaba anoche en tremendo vacilón?
Pues, querido papaíto, me lo dijo mi tía Adela
quien te vió cuando tú le entrabas con mucho

entusiasmo a la cuestión. Pero díme, tu tía no
te dijo que ella era la cuestión? No, ella es de
lo más reservada ; no quiere enlodar mucho su
reputación. Mucho? Quiere decir que la enloda

un poco nada más? Yo no sé, papaíto, no sé nada –
soy inocente de toda intervención. No te dijo Adela
por ventura que me vieron manejando el auto
de ella? Confirmo my dear papa, te robaste el auto

donde justamente la llevaste a la escena? No, no me
he robado nada, . Quieren desacreditarme ahora que soy
Presidente de Venezuela, cargo en el cual uno se roba
lo que quiere, cuando quiere, donde lo pongan, donde

haya. Está bien, papa mío, voy a ser tu cómplice – por
eso tengo tan buen maestro en esa escuela de ladrones
en la cual se convirtió cierto partido que no quiero nombrar
por miedo a que me expulsen de la escuela!

Ya No Hay Nada Entre Los Dos

Gritó enfurecido el marido a la esposa en medio de una discusión
sin ningún motivo. Sólo queda separarnos, fué su sentencia
al final del altercado sucedido. Nada? pensaron los dos al mismo
tiempo. Y esos hijos, mirando con asombro la disputa feroz entre

sus padres. Ellos, pensaron los padres son fantasmas de un amor
desaparecido? Nosotros, pensaron los hijos somos nuestros propios
fantasmas, que nuestros padres no eran también fantasmas de sí mismos.
Fué tal el dolor agudo que sintieron, infarto en desarrollo, no hubo

tiempo de detener el estallido de arterias víctimas de malos entendidos.
Los enterraron los hijos, en un mismo sitio, lado a lado, unidos en muerte
como no lo estuvieron en vida. Ahora, cuando los hijos decidieron casarse
cada uno por su lado, resolvieron en tácito acuerdo
no firmado: jamás habría entre ellos ni un sí, ni un no, ni un quizás, ni a lo mejor
ni quién puede saberlo. Jamás discutieron, jamás se dividieron –
todo lo hacían juntos, ellos con sus hijos, sus hijos con ellos.. No pudieron
nunca distinguir quién era quién, cual cual, tan grande semejanza

no hubo quien pudiera delinearla de quién era cada cada.
Una huerfanita presenciaba los hechos, en espera de ser
adoptada por alguna pareja sin hijos, y hubiese algo entre
marido y mujer, cemento duro soldadura armada, preguntaba

a quien quisiera oírla: qué pasa con aquellas parejas sin hijos?
Ese es otro cuento, contestó la magistrada. La última pareja sin hijos
en este Tribunal, decidieron separarse; ahora viven, uno en
Canadá, el otro en los Estados Unidos, frontera de por medio.

La huerfanita, gozosa, lanzó un susurro: pero eso es seguir juntos!
Yo quiero que me adopte esa pareja!. Lo consiguió, ahora los separados
tienen algo en común: son felices. Buena treta! pensó el poeta. La
magistrada salió a buscar en los asilos de huérfanos, a quien adoptar

teniendo algo en común, la Juez y el abogado de la Judicatura con respuesta
a los casos de divorcio tan frecuentes en esta época y en ese tribunal
donde regentaba la Magistrada Jueza. Agpto dos, para mayor abundamiento.
Ahora, felices, magistrada y juez tienen algo en común, dos bellos hijos

por quienes vivir, trabajar, confiar y esperar. Allí están, en la dulce espera
de otro hijo, concebido por ella. Dios había intervenido, metido su mano
hecho el milagro. Tendrás un hijo! será mi hijo, será un Dios!
Fue su sentencia. Hoy tienen en común: dos ángeles y un Dios. Todos los días
le rezan a a Dios, al hijo y al Espíritu que entre ellos residía.

Morir Peleando

Muere peleando, hijo mío; no dejes, como a mí, que te domine
el miedo; no mueras de rodillas; morir de rodillas es cosa de
gusano y tú no eres gusano; eres aguilucho de alto vuelo y ni-
do en las alturas más altas de los Andes. Muere como un hombre –

los hombres mueren peleando, no tirados en el piso, pisoteados,
escupidos por un mal hombre en mala hora se atravesó en tu camino.
Muere de pie, como los árboles; los árboles son seres vivos;
no doblan sus ramas ni ante el viento más salvaje; vuelven a incor-

porarse una vez pasa el viento que los dobla, limpio, viento del sur
que cambia dirección a cada instante. Muere de pie, pueblo mío –
no te doblegues ante una mafia de ladrones inclementes
reunidos en un espireo congreso donde nadie entra sin

taparse la nariz con un pañuelo. Entra con la frente
en alto, defiende tus preciosas libertades; calla la
canalla que no quiere dejar que tú les hables, aunque
tengas tú la razón y ellos los irracionales.

Levanta la bandera, esgrime el arma si es necesario.
No cometas torpezas aunque torpe quieras ser, al no saber
defender lo que a tí y nosotros interesa. Salve pueblo mío!
Llegó la hora. Abre esa puerta. Deja entrar la turbamulta

que ruge afuera; después, camina entre ellos, pausado y
firme. Ellos esperarán un momento pata alargarte el sufri-
miento, después te clavaran su espada en el pecho.
Tú, te dejarás caer, desde tus pies, sin doblarte hasta el suelo –

quedarás de cara al cielo, mirando al sitio donde deberían
estar las estrellas llorando su luto y tu duelo. Cuando después
de la batalla, perdida pero ganada para la gloria eterna, se reúnan
todos tus compañeros muertos para rendirte honores se oirá

una voz, la de la Historia, de riguroso negro, que te invoca:
GENERAL PUEBLO!! y la Historia, responderá en silencio:
PRESENTE, COMPAÑEROS!!!

La Carta

La carta es un objeto milagroso: cura los males,
devuelve la esperanza, suaviza los dolores.
Qué otra cosa, que una carta, no quisiera
recibir quien pretenda una vida, un amor, un dolor?

El director de orquesta en el ensayo general, bajó la batuta,
y sin más disputa, se dirigió a su joven primer violinista:
Qué le pasa, mi querido amigo? Tiene cara de tragedia
y no hay tragedia que no pueda tener adecuado remedio!.

No es grave, pero si embarazoso. No vergonzoso, pero
muy curioso. No puedo leer la ultima carta que me escri-
bió mi amada, en respuesta a la última mía que le envié
hace días. Cómo es eso? Preguntó el maestro. Si usted

puede leer música, puede leer cualquier cosa que ella
le haya escrito. A ver, déjeme ver, si yo puedo leerla.
El joven le enseñó la carta. El maestro con sorpresa
exclamó: Con razón! No puedes leerla porque no hay nada

escrito en ella. Pero déjame ejercer mis dotes de adivino de
problemas de jóvenes amores, Le has vuelto a escribir? Sí.
Te ha contestado ella? No. Entoces, mi querido y apreciado
amigo, mi sentido pésame. Esta es sin duda una carta de despedida.

Lo que hay escrito es: “Adiós para siempre!” Al
ver el llanto derramado a raudales por el desencanto,
el maestro, piadoso, le dijo: Te daré otra oportunidad
joven amigo. Tomó un papel de música que tenía en

la mano y en blanco: escríbele tu también una carta
en blanco, pídele que vuelva, que tú perdonas sin que
ella tenga que arrepentirse. Así lo hizo. Hoy celebran
sus amores reanudados, el joven violinista y la espectadora

asidua de los conciertos de la orquesta cuando el joven
tocaba el solo de violín del Concierto de un
músico polaco. Colorín, colorado, este cuento se ha
terminado. Y terminó bien, por Dios, como
debió ser, y como debió haber terminado!