Por Si Acaso

Por si acaso yo no vuelvo, sepan que no me he ido;
sólo lo parezco; aún estoy contigo, aún estoy con ella
con mis hijos, donde siempre estuve, estoy, estaré –
al lado de familiares y amigos. Si una mañana
al venir a buscarme unos, encuentran

que me fuí sin despedirme, sin decirles adiós,
adiós les digo ahora a todos los que amé y que
me amaron, antes de irme, por adelantado –
precaución ineludible por lo debido y conformado.

Si una mañana al levantarse la esposa y ver qué había
pasado, me encuentran ido sin decirles nada; dígale
Hijos, está dormido, déjenlo descansar. Estando
en la escuela, llévenme en un auto simulando

ser carroza fúnebre, al cementerio más cercano
déjenme dormido en una cripta esperando
la aurora, volver a casa y al llegar de la escuela
llevaré a los muchachos a comer helados al parque

limitado por un lado con el cementerio, por el otro
una casa de festejos. Qué atrevimiento! Qué osadía!
Está esperando el heladero y su carrito de helados,
él debe haberse ido primero que yo, por eso ha esperado

que yo llegue para sacar su carrito lleno de helados
y devolverlo vacío cuando los niños se hayan ido.
Señores pasajeros, vengan a ver! Qué bello espectáculo:
unos niños comiendo helados por los barrios del cielo

de su pueblo, de la mano del abuelo y de otro viejo,
amigo suyo, quien vive por ahí mismo, cerquita
o quizás dentro del mismo cielo.

La Canción del Desierto

Canción del desierto: Dennis Morgan, cantante; ya nadie
lo recuerda; yo sí, ídolo juvenil, tenor sin fallas; héroe de una saga
no igualadas en otros desiertos, como el de Sahara. No has oído,
casualidad de un día, una canción silbada por el viento, entre las arenas

de los médanos de Coro? Es un coro, como el de aquellos niños
cantores de Viena, lamento inigualado de unas sedientas arenas?
Se les escuchaba decir sin ninguna pena, pena, penita, Necesito
agua! Deseo agua! Quiero agua! Repetía el eco: Quiere agua! Nadie

respondía sino el mismo viento silbando en las arenas. Alguien tuvo
piedad e iniciativa: el menos indicado, pero el mas atraído por el
predicamento de arena tan sencilla: un niño, en vías de nacer, iba
rumbo al sitio de su nacimiento, envuelto en una sábana, llevado

por cigüeña, tomó un poco de agua, la lanzó por el cielo; al llegar
al suelo, era ya un diluvio, inundó las arenas todas hasta donde llegaba
el desierto. Era tal la inundación forzada, casi ahoga los granitos.
Ahora, florecieron los desiertos, florecieron las bromelias, sonrió

el Señor en su celestial apartamento – todo fué luz y alegría en aquel
antes ominoso desierto. Tú, caminando siempre por caminos de lúcidas
estrellas, si encuentras alguien quien te pide algo, dáselo: verás florecer
una sonrisa, abrirse feliz unos labios y darte un beso merecido. Guarda ese

beso, atesóralo, hay pocos y cada día aumenta su valor y crece tu fortuna
aunque no tengas nada, ni dónde caer muerto,

Resucitarás al tercer día. Te lo prometo. Así habló el dios
y se quedó en silencio.

La Pirata

Una mujer con la falda muy corta es una nave pirata –
velas desplegadas, mujer pirata al timón, de una nave
horizonte, en busca del mástil de otra nave, al mando
de otro pirata, esta vez masculino, a quien asaltar y lle-

varse los productos guardados en bodega, llevarlos
a la isla del Pirata; volver luego a las labores protegidas
buscando otro hombre pirata, barba y pata de palo, la
cual usa como espada en combate de los sexos, combate

el más frecuente por esos mares llenos de piratas, Una
mujer con faldita corta es una pirata, merodea por las
profundas aguas del deseo humano buscando la mordida
definitiva de sus dientes afilados, encierro bien asegurado

a la Isla anterior para resguardo de predadores simulados.
Se va llenando la isla de víctimas variadas, unas de la mujer
pirata, otros de la piraña; la población aumenta, no puede
negar progreso de la ínsula pirateada. Los tiempos cambian,
los piratas también – ahora usan camisas mangalarga, bellos
portafolios, plumas Monte Blanco, de blancura inigualada.

Las piratas también, las pirañas renuevan el cardumen, mas
la piratería continua, en mares del Caribe, calmos en apariencia.
No te bañes en mares del Caribe, peligrosos como son; no te bañes
en ríos de los llanos, los caribes bien darán cuenta de tí, enviarán
tus huesos a la misma ínsula, aquella donde los piratas guardan oro,
joyas, huesos desnudados de víctimas vestidas. Báñate en la piscina

de tu casa; allí no hay ningún indio caribe, sólo uno en forma de
mujer, cazando al igual de cualquier pirata – tu esposa se llama, y te llama
con cantos de sirena para que la ballena
que ella tiene en casa, de un solo mordisco te trague completico
y de tí solo quede un chorrito de agua, sale de la ballena por un huequito y se
diluye en el ambiente tranquilo de su casa.
Silencio. La pirata duerme. La ambición descansa.
Todo es paz en la casa. La piraña brasilera ya no ataca,
esta ahíta, duerme, descansa.

Adela

Quién te dijo, muchacho del carrizo
que yo estaba anoche en tremendo vacilón?
Pues, querido papaíto, me lo dijo mi tía Adela
quien te vió cuando tú le entrabas con mucho

entusiasmo a la cuestión. Pero díme, tu tía no
te dijo que ella era la cuestión? No, ella es de
lo más reservada ; no quiere enlodar mucho su
reputación. Mucho? Quiere decir que la enloda

un poco nada más? Yo no sé, papaíto, no sé nada –
soy inocente de toda intervención. No te dijo Adela
por ventura que me vieron manejando el auto
de ella? Confirmo my dear papa, te robaste el auto

donde justamente la llevaste a la escena? No, no me
he robado nada, . Quieren desacreditarme ahora que soy
Presidente de Venezuela, cargo en el cual uno se roba
lo que quiere, cuando quiere, donde lo pongan, donde

haya. Está bien, papa mío, voy a ser tu cómplice – por
eso tengo tan buen maestro en esa escuela de ladrones
en la cual se convirtió cierto partido que no quiero nombrar
por miedo a que me expulsen de la escuela!

Ya No Hay Nada Entre Los Dos

Gritó enfurecido el marido a la esposa en medio de una discusión
sin ningún motivo. Sólo queda separarnos, fué su sentencia
al final del altercado sucedido. Nada? pensaron los dos al mismo
tiempo. Y esos hijos, mirando con asombro la disputa feroz entre

sus padres. Ellos, pensaron los padres son fantasmas de un amor
desaparecido? Nosotros, pensaron los hijos somos nuestros propios
fantasmas, que nuestros padres no eran también fantasmas de sí mismos.
Fué tal el dolor agudo que sintieron, infarto en desarrollo, no hubo

tiempo de detener el estallido de arterias víctimas de malos entendidos.
Los enterraron los hijos, en un mismo sitio, lado a lado, unidos en muerte
como no lo estuvieron en vida. Ahora, cuando los hijos decidieron casarse
cada uno por su lado, resolvieron en tácito acuerdo
no firmado: jamás habría entre ellos ni un sí, ni un no, ni un quizás, ni a lo mejor
ni quién puede saberlo. Jamás discutieron, jamás se dividieron –
todo lo hacían juntos, ellos con sus hijos, sus hijos con ellos.. No pudieron
nunca distinguir quién era quién, cual cual, tan grande semejanza

no hubo quien pudiera delinearla de quién era cada cada.
Una huerfanita presenciaba los hechos, en espera de ser
adoptada por alguna pareja sin hijos, y hubiese algo entre
marido y mujer, cemento duro soldadura armada, preguntaba

a quien quisiera oírla: qué pasa con aquellas parejas sin hijos?
Ese es otro cuento, contestó la magistrada. La última pareja sin hijos
en este Tribunal, decidieron separarse; ahora viven, uno en
Canadá, el otro en los Estados Unidos, frontera de por medio.

La huerfanita, gozosa, lanzó un susurro: pero eso es seguir juntos!
Yo quiero que me adopte esa pareja!. Lo consiguió, ahora los separados
tienen algo en común: son felices. Buena treta! pensó el poeta. La
magistrada salió a buscar en los asilos de huérfanos, a quien adoptar

teniendo algo en común, la Juez y el abogado de la Judicatura con respuesta
a los casos de divorcio tan frecuentes en esta época y en ese tribunal
donde regentaba la Magistrada Jueza. Agpto dos, para mayor abundamiento.
Ahora, felices, magistrada y juez tienen algo en común, dos bellos hijos

por quienes vivir, trabajar, confiar y esperar. Allí están, en la dulce espera
de otro hijo, concebido por ella. Dios había intervenido, metido su mano
hecho el milagro. Tendrás un hijo! será mi hijo, será un Dios!
Fue su sentencia. Hoy tienen en común: dos ángeles y un Dios. Todos los días
le rezan a a Dios, al hijo y al Espíritu que entre ellos residía.