Morir Peleando

Muere peleando, hijo mío; no dejes, como a mí, que te domine
el miedo; no mueras de rodillas; morir de rodillas es cosa de
gusano y tú no eres gusano; eres aguilucho de alto vuelo y ni-
do en las alturas más altas de los Andes. Muere como un hombre –

los hombres mueren peleando, no tirados en el piso, pisoteados,
escupidos por un mal hombre en mala hora se atravesó en tu camino.
Muere de pie, como los árboles; los árboles son seres vivos;
no doblan sus ramas ni ante el viento más salvaje; vuelven a incor-

porarse una vez pasa el viento que los dobla, limpio, viento del sur
que cambia dirección a cada instante. Muere de pie, pueblo mío –
no te doblegues ante una mafia de ladrones inclementes
reunidos en un espireo congreso donde nadie entra sin

taparse la nariz con un pañuelo. Entra con la frente
en alto, defiende tus preciosas libertades; calla la
canalla que no quiere dejar que tú les hables, aunque
tengas tú la razón y ellos los irracionales.

Levanta la bandera, esgrime el arma si es necesario.
No cometas torpezas aunque torpe quieras ser, al no saber
defender lo que a tí y nosotros interesa. Salve pueblo mío!
Llegó la hora. Abre esa puerta. Deja entrar la turbamulta

que ruge afuera; después, camina entre ellos, pausado y
firme. Ellos esperarán un momento pata alargarte el sufri-
miento, después te clavaran su espada en el pecho.
Tú, te dejarás caer, desde tus pies, sin doblarte hasta el suelo –

quedarás de cara al cielo, mirando al sitio donde deberían
estar las estrellas llorando su luto y tu duelo. Cuando después
de la batalla, perdida pero ganada para la gloria eterna, se reúnan
todos tus compañeros muertos para rendirte honores se oirá

una voz, la de la Historia, de riguroso negro, que te invoca:
GENERAL PUEBLO!! y la Historia, responderá en silencio:
PRESENTE, COMPAÑEROS!!!

La Carta

La carta es un objeto milagroso: cura los males,
devuelve la esperanza, suaviza los dolores.
Qué otra cosa, que una carta, no quisiera
recibir quien pretenda una vida, un amor, un dolor?

El director de orquesta en el ensayo general, bajó la batuta,
y sin más disputa, se dirigió a su joven primer violinista:
Qué le pasa, mi querido amigo? Tiene cara de tragedia
y no hay tragedia que no pueda tener adecuado remedio!.

No es grave, pero si embarazoso. No vergonzoso, pero
muy curioso. No puedo leer la ultima carta que me escri-
bió mi amada, en respuesta a la última mía que le envié
hace días. Cómo es eso? Preguntó el maestro. Si usted

puede leer música, puede leer cualquier cosa que ella
le haya escrito. A ver, déjeme ver, si yo puedo leerla.
El joven le enseñó la carta. El maestro con sorpresa
exclamó: Con razón! No puedes leerla porque no hay nada

escrito en ella. Pero déjame ejercer mis dotes de adivino de
problemas de jóvenes amores, Le has vuelto a escribir? Sí.
Te ha contestado ella? No. Entoces, mi querido y apreciado
amigo, mi sentido pésame. Esta es sin duda una carta de despedida.

Lo que hay escrito es: “Adiós para siempre!” Al
ver el llanto derramado a raudales por el desencanto,
el maestro, piadoso, le dijo: Te daré otra oportunidad
joven amigo. Tomó un papel de música que tenía en

la mano y en blanco: escríbele tu también una carta
en blanco, pídele que vuelva, que tú perdonas sin que
ella tenga que arrepentirse. Así lo hizo. Hoy celebran
sus amores reanudados, el joven violinista y la espectadora

asidua de los conciertos de la orquesta cuando el joven
tocaba el solo de violín del Concierto de un
músico polaco. Colorín, colorado, este cuento se ha
terminado. Y terminó bien, por Dios, como
debió ser, y como debió haber terminado!

Era, Fué, y Será

Era un gran pensador tan profundo, pero tan pprofundo
que lo que salió a la superficie no se podía tocar.
Era un luchador tan altos ideales que por lo que luchó fue
tan bajo que no hubo nadie por quien luchar. Y se quedó sólo

entre el gentío que acudió a su lucha en el Coliseo ideal.
Era un émulo de Platón, de tal altura, lo que bajó a la llanura
no se podía destapar, tal era el olor que se salía
por las orillas de ese producto singular.
Era un creador tan sano en sus creaciones

que el parto del producto fué un parto de
los montes y su alegría fue triste algarabía
en los llanos de Apure y a las orillas del mar.

Fué un joven de exquisitos modales, aspiró que
su hijo lograra superarle en su afarlo, en su afán
de ser mejor que su padre; lo que salió fue un patán
pandillero y matagente, para más detalles.

Será un hombre honorable, dictaminó la comadrona
cuando sabiamente examinó al recién nacido. Hoy lo vemos
de dictador egregio de un pequeño país tropical; muy
cercano al sitio donde se escriben esos ideales.

Será en verdad un destino alegre? Será un destino amable?
O será un destino desechable y habrá que desarrollarlo como destino?
Serás un gran hombre, le escribió su tío, hermano de su madre,
en un libro de literatura que regaló al infante cuando su genio

despuntaba entre breñas y zarzales. Todavía se pregunta el tío
desde su tumba, qué te pasó, sobrino mío, que hoy no te conoce
nadie? El hombre ya de cincuenta anos no pudo contestar, la pena

lo dejó mudo, sin habla, sin ideales. Hoy vaga por los montes en busca
de aquel hombre, que iba a ser, que no lo fué, que ya no lo será.
Y llora amargas lágrimas, y saborea el fracaso con que castiga Dios
a algunos de esos mortales que abundan más de lo que El hubiera

querido por esos mundos que El creó cuando estaba en sus cabales.
Hoy está loco. Dios está loco, pregonan los canales de televisión de
este régimen miserable.

La Desgracia

Ay no sabes, mi querida Eufrasia,
la desgracia de la común amiga, Luisa
Teresa ella, tan hacendosa en todas
sus fechas, tan pendiente de sus nietas

venir a caer enferma sin remedio de una
lesión cardíaca, de nombre inexplicable
extra no se qué , como si las extras fuera
lo importante, y no lo principal, lo impor-

tante en una enfermedad de tal naturaleza.
Su cardiólogo con cara de gran enterrador
de cadáveres y enfermas, la ha declarado
víctima de mortal enfermedad. Ella, siempre

preventiva, toma las medidas pertinentes
para no hacer morir antes que ella a los
que les toca sucederla. Paga la funeraria.
el entierro, la lápida mortuoria, se manda

ella misma las coronas que deben enviarle
la Asociación de vecinos de su cuadra; toma
todas las medidas necesarias que hagan falta
para después de muerta, tener que revivir

para tomarlas. Locura sin igual? Dislate
nunca visto? No. Previsiones tomadas, no
hay mejor medicina que aquella preventiva
que no deja aparecer enfermedades imprevistas.

Vete pues, le dijo a su vecina, a tu cardiólogo
que más te inspire desconfianza a ver si él te
declara reo de pena capital. Así conseguirás
vivir llena de salud, falta de confianza en el

cardiólogo aquel de tu confianza.

El Regreso

Nunca fué tan cierto el dicho Morir es partir un poco
pero, agrego, no un poco, sino morir del todo, morir
bien muerto. Por eso, cuando me fuí del pueblo, mi
pueblo, me quedé bien muerto. Todavía sigo muerto

a pesar de todos estos años. Volveré a vivir cuando
vuelva a mi pueblo, a sus días muertos, a sus días
tristes, a sus días alegres de diciembre y enero.
Yo quiero ser como Jose Antonio el bueno, quien

se fué un día a la lejana Suecia tras un sueño
tras unos hijos que su sueño se les fué con ellos.
Vino algunas veces, fugaces como estrellas,
pero eso no cuenta para contar este cuento.

Volvió un día, regresó a su pueblo y los pueblos
cercanos para mayor alegría; después de recorrerlos
volvió a Caracas, se acostó en su cama, se quedó dormido
para siempre.

En silencio. No le dijo a nadie por qué había vuelto;
yo sí lo sabía, me guardé el resto, me acosté en mi cama
y me quedé dormido. En silencio.